"Kafka y la muñeca viajera", cuento de Jordi Sierra i Fabra
- Irlanda Tena Lúa
- 11 mar
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 24 may

Primer sueño: La muñeca perdida
Berlín, 1923
Una mañana de verano, Franz Kafka paseaba, como de costumbre, por el parque Steglitz. Era un lugar lleno de vida: había parejas, ancianos y ancianas, soldados, guardias, vendedores, niños y niñas bien vestidos...A Franz le encantaba observar a la gente y disfrutar del silencio. El aire, los árboles, el calor del sol...Todo era muy agradable, como un regalo.
De pronto, oyó un fuerte llanto, que le hizo detenerse.Era una niña que estaba cerca de él, de pie, sola.Nadie se fijaba en ella.Franz no sabía qué hacer. Los niños eran un misterio para él. La niña debía tener pocos años e iba bien vestida:
camisa con cuello de puntas, una falda de volantes, chaqueta y botas.Tenía el cabello largo y oscuro, peinado en dos trenzas. Era bonita, como todas las niñas pequeñas.
«¿Qué puedo hacer? —pensaba Franz—. ¿Se ha perdido?¿La acompaño a buscar a un guardia para que la ayude?¿Se asustará de mí?No puedo marcharme y dejarla aquí, sola, en medio del parque.»
La niña seguía llorando sin consuelo.Franz no había visto llorar a nadie de aquella manera. Resignado, se quitó el sombrero, probó a sonreír y dijo:
—Hola.
Ella le miró sin miedo, con inocencia.Las lágrimas le resbalaban mejillas abajo hasta la barbilla. Sollozaba.
—¿Qué te pasa? ¿Te has perdido? —preguntó Franz. —Yo no —dijo la niña.«Qué respuesta más extraña», pensó él.—¿Dónde vives? —continuó.
La niña señaló hacia las casas que había detrás de los árboles.Era evidente que ella no se había perdido.
—¿Quién se ha perdido, entonces? —preguntó Franz. —Mi muñeca.
La niña, recordando a su muñeca, volvía a llorar. Franz quería evitarlo:
—¿Tu muñeca? —repitió Franz. —Sí.
Seguía sin saber qué hacer. No sabía cómo hablarle a una niña.Y menos a una niña tan triste porque acababa de perder a su muñeca.
—¿Dónde la has visto por última vez? —En aquel banco.—¿Y tú qué hacías?—Jugaba allí.
—¿Y te has estado mucho rato? —No lo sé.
Parecía un policía, haciendo tantas preguntas. Se quería ir, pero no podía.
Aquella niña y sus ojos llorosos le retenían.Entonces, de repente, a Franz se le ocurrió la solución. Él era escritor.Y su imaginación de escritor comenzaba a trabajar.
—¡Espera, espera! ¡Qué tonto que soy!¿Cómo se llama tu muñeca? —preguntó a la niña.
—Brígida —contestó ella.
—¡Brígida, claro! ¡Es ella!¡Perdona, a veces soy muy despistado! ¡Es que tengo mucho trabajo!
La niña abrió los ojos.
—Tu muñeca no se ha perdido —dijo Franz Kafka alegremente—. ¡Se ha ido de viaje!
La niña miró a Franz con sorpresa. No creía lo que le había dicho, pero era una niña, y su mundo aún estaba lleno de confianza, paz y amor.
—¿De viaje? ¿A dónde? —preguntó.
—¡Sí! ¡De viaje! Ven, sentémonos aquí —respondió Franz, pensando rápidamente.
Sabía que tenía que mostrarse convencido de lo que decía. La inocencia de la niña no era suficiente.
Se sentaron en un banco cercano, a la sombra de unos árboles. Franz necesitaba descansar. Solo tenía 40 años, pero parecía un viejo.Estaba muy enfermo: tenía tuberculosis
y ya no podía trabajar.
—¿Tú te llamas...? —preguntó a la niña, haciéndose el despistado.
—Elsi.
—¡Elsi, claro! ¡Y tanto que era tu muñeca, porque la carta es para ti!
—¿Qué carta? —preguntó la niña, sorprendida.
—La que te ha escrito la muñeca, para explicarte por qué se ha ido.Pero con las prisas, me la he dejado en casa. Mañana te la traeré y podrás leerla. ¿De acuerdo?
Aquel momento era decisivo. La niña podría tomarle por un loco o creer lo que le explicaba.
—¿Por qué Brígida se ha ido de viaje sin mí? —preguntó Elsi, con cara de disgusto.
Franz se esperaba esta pregunta. Se sintió orgulloso de avanzarse, aunque solo fuese por un segundo, a la reacción de la niña.
—¿Desde cuándo era tu muñeca?—Toda la vida. Siempre ha sido mi muñeca.
—Entonces esa es la razón, Elsi. Brígida ya tiene la edad de marcharse de casa.A todos nos llega el momento de irnos de casa de los padres, viajar, conocer mundo...
—Pues no me lo dijo —contestó la niña, a punto de volver a llorar.
—Quizá se olvidó, o quizá tú no la entendiste. Y por eso te ha escrito la carta.
—¿Y cómo es que usted tiene la carta? —quiso saber Elsi.
Franz había estado muy convincente.Había explicado una idea absurda, pero con mucha sinceridad. Ya tenía la respuesta preparada y la dijo sin parpadear.
—¡Porque soy cartero de muñecas!
—¿Pero los carteros no llevan las cartas a las casas? —preguntó Elsi.
—Los carteros normales sí, pero los carteros de muñecas no. Las cartas de las muñecas se deben dar personalmente a las destinatarias, porque, si no, los padres las leerían antes. Además, las niñas que reciben las cartas
todavía no saben leer bien.Y entonces las leo yo, en voz alta. Es un trabajo importantísimo.
Elsi se secó los últimos restos de lágrimas.
—¿Por qué no va a buscar la carta?
—Ya se ha hecho tarde, me sabe mal.Mi horario de trabajo se ha acabado. Mañana, cuando vuelvas al parque, te la traeré. Confía en mí.
Elsi se levantó del banco y se quedó de pie delante de él. Parecía que no sabía qué hacer.Finalmente, se acercó a Franz y le dio un beso en la mejilla. Un beso tan suave como el toque de una mariposa.
—Hasta mañana, entonces —se despidió la niña.
—De acuerdo —dijo Franz, emocionado.
Elsi comenzó a alejarse, poco a poco, hasta que desapareció entre la gente.
Entonces, Franz reaccionó:
—¡Madre mía! —exclamó, tapándose la cara con las manos—. ¡Me he metido en un lío espantoso!
No tenía miedo de nada ni de nadie, pero sí de una niña, una mujercita capaz de llorar con aquella tristezay de mirarle con aquella intensidad.También temía cómo podía afectarle lo que había pasado: si mañana no volvía con la carta que le había prometido, Elsi crecería pensando que su muñeca la había abandonado. La esperanza de una niña dependía de él.
Una esperanza sagrada.
Franz Kafka sintió el hormigueo en las manos, la tensión nerviosa que le impulsaba a inventarse las historias más extraordinarias.Era escritor, pero nunca había escrito ninguna carta de una muñeca. Se levantó del banco muy nervioso.
¿Cómo sería la muñeca Brígida?¿Dónde habría ido? ¿Cómo se lo explicaría a Elsi? Llegó a casa febril. Tenía la cabeza hirviendo. Pensaba en el misterio que había creado: la muñeca viajera.
FIN
Autor: Jordi Sierra i Fabra
Título: "Kafka y la muñeca viajera"
Adaptación: de Clàudia Sabater Baudet
Publicado en: SIRUELA INFANTIL; Edición 1ª ed., 7ª imp. (1 mayo 2019)
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